jueves, 27 de mayo de 2010

Las Malas Lenguas

miércoles, 26 de mayo de 2010

Recetas de la Mazmorra...

Hoy: Amor y chocolate.



¿Existe algo mejor que estar enamorado? (Es una pregunta retórica, no hace falta que la contesten).

Todos sabemos que muy pocas sensaciones se equiparan a este loco revolotear de mariposas en el estómago, al irregular palpitar del corazón ante la visión del ser amado -aún cuando el ser amado se pierda en la lejanía con toda la prestancia de un costal de papas echado en la grupa del caballo de su dama (es un decir) de compañía-, a esta alegría que baña hasta los actos más ínfimos y cotidianos de cada día. Puede ser que el enamoramiento sea una locura transitoria, pero es de las mejores locuras que hay.

Claro que no todo el mundo tiene la fortuna de estar enamorado y ser correspondido. No cualquiera puede ser herido de amor por la mujer más bella del mundo, la más llena de gracias, la de las pestañas modestas y la lengua juguetona. Un caballero que se precie de tal no puede, en su dicha amorosa, olvidarse de aquellos que no habitan esta región de transparente gozo.

He aquí que habiendo percibido que algunas damas del castillo andaban de semblante alicaído y mustio por la falta de trovadores que cantaran al amor y sobre todo de caballeros que lo practicaran (las Santas Cruzadas han diezmado dos o tres generaciones de lo más granado de nuestra nobleza), resolví aplicar presto remedio a la patética situación.

Obviamente no puedo sacarme de la manga una colección de gentiles caballeros -ni un triste troll puedo conseguir sin previa licitación-, pero al menos he conseguido dar con un remedio temporal, un paliativo dulce y suave para las asperezas de la vida y el desengaño amoroso.

Basta de charlas y prolegómenes. Venid, lady Bel, lady Majo, lady Ross, lady Ana, condesa Colterino, lady Julieta, lady Yadi (la de los dientes de perla), lady Monique, lady Karla de Ultramar... uy uy uy, por qué se me habrá ocurrido llamarlas de una en una, si se me queda alguna en el tintero flor de lío se me arma..., lady Ester de habilidosas manos, lady Karina (creo que éstas son dos), lady Melissa, lady Karen, lady Rosa, lady Laila, archiduquesa Amalia (hay que respetar las jerarquías, chicas, miren y aprendan), lady Aisha, lady Lizty, lady Cristina, lady Carol, lady Richie, lady Marian, lady Patricia, lady Remedios (vamos a tener que hablar sobre su nombre, lady Remedios... en otra ocasión) y lady Yuraima. Si por ventura alguna dama extranjera se encuentra en estos momentos en el castillo, bienvenida sea a esta incursión en las cocinas.

A mi princesa no la convoco porque acaba de ser llevada a entrevistarse con su tía por su carcele... por su dama de compañía más preciada, la guerrera celta. Creo que aparte de tomar el té se proponen discutir en profundidad cierto incidente que terminó siendo de público conocimiento (por la desafortunada coincidencia de suceder en medio de la calle principal del pueblo, a plena luz del día, y con unos cuantos mirones alrededor, entre ellos el corresponsal de una gaceta de chismes que no deja títere con cabeza). Y sí, las noticias vuelan.

Señoras, dejen de lloriquear penas de amor y dieta sobre sus bordados pañuelitos de lino. Es hora de ponerse a trabajar. En primer lugar separaremos claras y yemas de tres huevos de gallina, con el mayor cuidado y sigilo: si se mezcla siquiera una gota dorada en la transparencia líquida de las claras, toda la operación fracasará. Es un dato importante que los huevos han de estar a temperatura ambiente: si la cocinera del castillo los tuviera en algún rincón helado de.. de... las mazmorras, por ejemplo, sáquenlos de allí un rato antes de empezar la receta.

Ahora, aprovechando que hay aquí muchas manos ociosas, algunas se ocuparán de batir con paciencia las claras, hasta que una espuma firme y ligera llene el recipiente. Tan firme ha de quedar el batido como para arriesgarnos sin miedo a dar vuelta el mejunje sobre la cabeza de nuestra querida amiga lady Yuraima (se escucha un coro de grititos histéricos). No, tranquilas, si está bien batido no caerá. Ahh.... ya veo que le faltaba un poco más de esfuerzo al asunto.... no te preocupes, milady, dicen que hace bien al cabello. Bueno, bueno, bueno, no es para tanto, más se perdió en la guerra. Ustedes consigan otras tres claras, y esta vez asegúrense de batirlas a nieve. Sin pruebas circenses esta vez, le agregaremos tres cucharadas soperas de azúcar común, mezclando con cuidado.

Por otro lado, ustedes niñas que cuchichean en ese rincón... no, no me importa lo que diga la Gaceta, ni voy a hacer declaraciones al respecto...¡no, no estábamos desnudos en mitad de la calle, por dios!..., hagan el favor de batir las yemas junto con tres cucharadas de azúcar (sí, ya sé, de nuevo son tres cucharadas... no es casualidad, es por la Santísima Trinidad, el arzobispo insistió. Y bueno... con tal que salga rico).

¿Cómo que ya se cansaron? Es claro, comen tres hojitas de lechuga condimentada con limón, se apretan el corsé hasta que les queda una cinturita de cincuenta centímetros y ahora vienen a desfallecer de hambre y falta de oxígeno en mis... eehh, no, en mis brazos no, Princesa, tú bien sabes que sólo tú ocupas mi corazón y mi abrazo. ¿Pero dime tú que hago ahora con este lánguido mujererío desmayándose por todas partes?

En fin... sigamos con lady Bel, que parece una mujer sensata y capaz de terminar el batido de yemas. Cuando esté en su punto ideal, cremoso y claro, podremos dejarlo a un lado, junto con el merengue de claras, y pasar al tercer preparado.

Ahora debemos derretir 100 gramos de mantequilla, sin quemarla, se trata simplemente de que quede líquida. ¡Por supuesto que para derretir la mantequilla hay que acercarse al fuego, milady! No me sea tan melindrosa. Psstt... Princesa, aquí entre nos, algunas doncellas del castillo son un poquito paparulas, no?

Ahora, señoras mías, observen con atención este maravilloso producto que voy a presentarles, recién llegado a la corte desde lejanísimas tierras de ultramar. Lo trajo Sir Alastair, un noble del reino devenido corsario luego que la desgracia se abatiera sobre su herencia. He escuchado rumores acerca de que lady Karla no lo mira con malos ojos... ese sonrojo es probatorio, milady.

Este polvo oscuro de aroma misterioso y seductor se llama cacao, y me apuesto un diván rococó a que se pondrá de moda y hará furor en estas tierras y también extramuros. Sobre todo cuando a alguien se le ocurra mezclarlo con leche, crema y azúcar, avellanas, pasas, almendras... quién sabe cuántas cosas más serán compatibles con esta delicia.

De momento, nos limitaremos a agregar, con la precaución que corresponde al tratar con materia tan extraordinaria y exótica, tres cucharadas soperas de cacao amargo a la mantequilla derretida, procurando disolverlo completamente.

Ahora, en un proceso que tendrá mucho de alquímico, aunaremos la cremosa preparación de yemas a la mantequilla de oscuro fulgor, igual que algún día no muy lejano se mezclará mi piel tostada por soles bárbaros con la límpida y casta belleza de mi amada princesa.

Finalmente, con la suavidad de la mano más delicada, hay que incorporar la nívea claridad del merengue, con movimientos envolventes y sutiles. El merengue es un espíritu fragil, si se asusta pierde su condición etérea y ya no hay arreglo posible más que comenzar de nuevo.

A pesar de todos los dedos que en este momento se hunden subrepticiamente en la preparación -las estoy viendo, no se molesten en negarlo- para luego ser lamidos con fruición y disimulo.... ahhh, si ella quisiera compartir conmigo un beso de chocolate y fuego, porque de fuego era su lengua dentro de mi boca, candente la piel de su cintura al contacto de mis manos avariciosas, ardiente su aliento tembloroso.... ejem, decía que a pesar de la natural impaciencia por probar este postre, lo ideal es que sea consumido a temperatura fría -no helada-. Unas dos o tres horas en recinto fresco, como un sótano Fagor o LG, por ejemplo, le vendrán de maravillas.


Unas palabras finales. Este es un bocado digno de dioses, alimento para el cuerpo y para el alma, suavidad dulce y untuosa que se disolverá en su boca y satisfará anhelos todavía por descubrir. Permítanse el placer de saborearlo, disfrutarlo, gozarlo. Permítanse la licencia de ser vencidas por la tentación y conocer así que algunas batallas vale la pena perderlas.

lunes, 24 de mayo de 2010

Los Sonidos del Silencio. Memorias de un Caballero Expulsado del Lecho

Uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras. Uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras. Uno es dueño... no sé cuántas veces tendré que repetirlo para que no se me olvide esta sabia máxima.

Si la hubiera recordado a tiempo, no estaría ahora intentando acomodar mi larga osamenta en este diván rococó, que más que mueble parece instrumento de tortura. No me entiendan mal, el coso tiene su utilidad. Tiene, por ejemplo, un tapizado de sedoso brocado, que realza (si es que puede ser realzado lo perfecto) la belleza de mi dama cuando sobre él yace. También tiene un respaldo acolchado a una altura muy apropiada para apoyarse -en caso de necesidad-.

Para lo que, sin duda, no está diseñado este mueble es para pasar la noche insomne dando vueltas sobre él. Esto me trae a la memoria otras noches pasadas en blanco, por causa de mi dama.

Aquellos eran días de negra desesperación y feroz rebeldía. Ella parecía del todo inaccesible para mí, encerrada a cal y canto en el castillo del dragón. Todos mis esfuerzos, todos mis desbordes de ingenio, parecían insuficientes y vanos. No es que pensara darme por vencido, pero se me estaban acabando los recursos para llegar hasta la bella y conseguir una mirada, tal vez una palabra, con suerte y en mis mejores sueños un roce de sus tentadores labios (bien, quizás no fueran mis "mejores" sueños, pero estamos en horario de protección al menor... sin ir más lejos, Lady Citu tiene 17 primaveras).

Pero vean ustedes cómo el Destino, cuando quiere trenzar los hilos de nuestras vidas, busca ocasión y manera para que todo suceda según está decretado en el alto firmamento. Maktub, decían aquellos salvajes sarracenos de Tierra Santa.

He aquí que, como es costumbre en estos tiempos de avanzadas tecnologías textiles, la elegida de mi corazón sumaba a sus castas virtudes e incomparable belleza, extrema habilidad para cuanta labor de bordado, encaje y labrado de ricas telas se pusiera de moda en la corte. De vez en cuando salía del castillo -convenientemente resguardada- a proveerse de materiales para sus labores. Hace poco obtuve, gracias a los buenos oficios de una criada del castillo, la noticia de que mi Princesa estaba últimamente abocada a un proyecto de tejido, de cuya forma y función la fámula no me supo dar idea, así como tampoco logró discernir qué clase de extraño punto estaba empleando. Y bueno, si no es crawl ni mariposa será tejido estilo libre, pensé yo. Muy moderno.

El caso es que era una soleada mañana de febrero y yo encaminaba mis pasos hacia la iglesia, para revisar cómo iba quedando el mosaico de la capilla de San Ignoto, que ilustra un interesantísimo episodio de la vida del "santo de las mandarinas", así llamado por su voto de alimentarse exclusivamente de esos perfumados cítricos, entre la una y las tres de la tarde. El resto del tiempo, hacía dieta normal. Santo, pero no estúpido.

Iba distraído, con la mente puesta más en la composición de un soneto en loor de las bellezas de mi amada, que en prestar atención a los transeúntes, cuando una barahúnda me sacó de mis enamoradas cavilaciones. Como una exhalación pasó junto a mí (junto a mí porque me eché velozmente a un lado, porque si no me llevaba puesto) una doncella de aspecto celta montada en un pobre caballo que iba echando espumarajos por la boca al son de su risa demoníaca.

No acababa de reponerme del asalto cuando veo que se me echa encima un segundo caballo, visiblemente desbocado, a lomos del cual iba otra dama. En realidad, no iba exactamente "a lomos de", lo que presume cierto control sobre el noble bruto e incluso algo de dignidad en la postura, sino desesperadamente agarrada del pescuezo y resbalándose hacia un lado peligrosamente.
En ese instante que me pareció fugaz y eterno, alcancé a estirarme y asir a la asustada doncella, dejando que el animal se perdiera en lontananza detrás de la polvareda levantada por la primera amazona ("amazona" en un sentido muy literal del término, no había nada metafórico en el brillo guerrero de sus ojos).

Y allí, temblando entre mis brazos, inesperadamente dulce y asombrosamente hermosa, estaba ella, la dueña de mi corazón, la que me había quitado sueño y apetito con una breve mirada, la única que daba sentido y meta a mi vida otrora desordenada y disoluta.

Por fin pude observarla con mesura, y cada detalle que mis ojos deslumbrados descubrían era una perla más en el cofre de sus gracias. Desde los delicados huesos de sus manos, hasta la curvatura matemática de sus pestañas, todo en ella era perfecto. De su cofia ladeada escapaban unos rizos rebeldes, llamaradas de fuego sobre su piel inmaculada; el escote de níveas puntillas dejaba entrever el nacimiento de unos senos erguidos que se apretaban contra mi pecho, agitados por la respiración entrecortada de mi dama. Su aliento me sabía dulce y ardiente, saliendo entre unos labios que adiviné risueños, suaves y húmedos, unos labios que se alzaban hacia mí y me impedían fijarme en otra cosa que no fuera su imperioso llamado.

(Por favor, ahora necesito que la cámara gire alrededor de la pareja principal, un movimiento rápido que dé emoción al momento, después un acercamiento a las caras... ¿y quizás música de violines sería exagerado? Ahh... todavía no se ha inventado la filmadora y sale muy caro transportar una orquesta de cámara a las callejuelas del villorrio. Habrá que ajustarse a los recursos literarios entonces... ¿metáforas puedo usar, o tampoco?)

Ella me miraba, y yo sentía que sus ojos eran oscuros lagos en los que podía sumergirme para siempre. Cuando bajó sus pestañas con modestia, ya no pude resistir tanta belleza y despacito, con miedo de asustarla -ya se sabe lo pudorosas que son las doncellas castas y virginales- posé mis labios sobre los suyos, un roce apenas, casi imperceptible, si no fuera por la conflagración que despertó en mi sangre.

Y en la suya parece que también, porque la doncella hasta entonces casi desmayada entre mis brazos, se aferró a mi cuello con insospechado vigor, y aplastando sus cálidos labios contra los míos, hizo una concienzuda recorrida del interior de mi boca. Su lengua fue la invasión más dulce que haya sufrido en mi vida de caballero andante.

No había alcanzado a recuperarme del estupor como para aprovechar plenamente el apasionado temperamento de mi dama, cuando al grito de "¡No se te puede dejar sola ni un instante! Aquí están esas tonterías lanudas que querías, ahora nos vamos.", reapareció el demonio de ojos claros y de un tirón para nada delicado, me la arrebató de entre los brazos y colgándola sin ninguna ceremonia en la grupa de su caballo, marchó hacia el castillo, profiriendo invectivas y vituperios contra "los caballeros indignos de llamarse tales, escoria de la sociedad medieval, mancilladores del honor de doncellas, ..." y no sé cuántos insultos más que afortunadamente la distancia fue borrando.

Sí. Ese fue nuestro primer beso.

Bueno. Basta de recuerdos. Ya hace como veinte minutos que me retuerzo en este engendro diabólico de palisandro y seda. Lo considero penitencia más que suficiente. Es hora de practicar una incursión sorpresiva al lecho de mi princesa. Porque como ya lo decía el rey en las cruzadas, cuando nos arengaba antes de la lucha: hay que atrapar al enemigo indefenso, acabar todo conato de rebeldía, forzar su rendición y someterlo a nuestros deseos más oscuros. Todo sea por la mayor gloria del reino, Andrés.

miércoles, 19 de mayo de 2010

De Distinciones Muy Distinguidas

En la intimidad de la mazmorra, un atolondrado Príncipe no termina de abrocharse la capa, mientras observa a su princesa arreglar el vuelo de su vestido.


Andrés El Humilde: “¿Un premio? ¿Nos dieron un premio? ¿A nosotros?

Marita La Pelirroja: “Si amorcito, a nosotros. ¡¿No es fantástico?!”

Andrés El Humilde: “Pp..pero ¿estás segura que no es para el blog de al lado, el de las cortinas coquetas y las macetas con geranios? Para mí que lo dejaron equivocado en la puerta.

Marita La Pelirroja: “No corazón, la mismísima señorita Citu lo trajo"


Andrés El Humilde: “Ahh... te lo entregó la señorita Citu… personalmente…sin sombra de duda…en mano propia.

Marita La Pelirroja: “Corazón mío…interpreta mi silencio…”

Andrés El Humilde: “Este…Entonces, ¡a festejar Princesa! A lo grande: fuegos artificiales, champan, pétalos de rosa en nuestro lecho...”

Marita La Pelirroja: “¿No estás olvidando algo importante amor?”

Andrés El Humilde: “ ¿Ehh? Ahh... antes hay que agradecer. Sí, claro, tienes razón como siempre, ahora mismo me pondré a elaborar un discurso de agradecimiento estilo Borges si le hubieran dado el Nobel, nada complicado, quizás unas diez páginas (sin contar las citas al pie y la bibliografía).

Marita La Pelirroja: “Andrés…”

Andrés El Humilde: “¿No? Algo más corto, simple... bueeeno, jamás he podido negarte nada”

Marita La Pelirroja: “Lo se amor…tampoco yo”

Horas más tarde y muchos párrafos tachados y eliminados, el Príncipe Andrés El Humilde, lee su discurso frente a todos los habitantes del reino:

“Estimada señorita Citu, Embajadora del Reino vecino http://enamoradadelasletras.blogspot.com/
 Muchas gracias por la distinción otorgada, es la primera que recibimos y estamos francamente emocionados. Tal deferencia para con nosotros merece que la nombremos Lady Honoraria de esta Corte. Tiene derecho a firmar con su título nobiliario, y a recibir reverencia de los vasallos cuando su paso virtual atraviese nuestras tierras. De los enojosos deberes inherentes al título podemos hablar en otra ocasión, ahora sólo queremos expresar nuestra inmensa gratitud por su generosa deferencia.

Al mismo tiempo, hemos enviado emisarios a los reinos vecinos:


A quienes consideramos merecedores de este premio:


Algunos bailes y varias copitas de hidromiel después:

Andrés El Humilde: “Psstt... Princesa... ¿ya se fueron todos? Quería saber si este premio es nomás la figurita linda del costado, o tiene un cariz más...digamos, tangible. No nos vendrían mal unos maravedíes extra...”

Marita La Pelirroja: “Nene, creo que está noche dormirás en el sofá.”

Alejen a la Guerrera de la estufa o ¡Sálvese quien pueda!

hhhhhhh!! A buena hora cruzó por mi mente la peregrina idea de tejer algo para que mi adorado tormento cubriera ese pechito acatarrado. Eso sin contar lo que me costó atrapar a la condenada oveja…

Aunque muy pronto entendí que mis padecimientos contando granitos de arroz y mis peripecias con la ovejita, no eran nada comparados con mis intentos de hacer una Lady de la guerrera celta.

Como ya es de conocimiento popular, Lady Sheila recibió el encargo de tía Rebeca de no dejarme sola ni un instante. La verdad, la imagen que proyecta es para hacer temblar hasta al más corajudo de los guardias del castillo, pero pienso que la guerrera no es mala gente, estoy segura que tras esos ojitos claros y bajo todo ese cuero de guerra, en el fondo…muy en el fondo, hay un alma tan dulce como la mermelada de sauco.

La verdad, hay momentos en que mi inquebrantable fe está a punto de salir volando por la ventana. Hoy por ejemplo, Lady Sheila me había regañado no sé ya cuántas veces por no prestar atención a lo que dice. Pero ¿qué tan divertido puede ser escuchar describir, paso por paso, las doscientas treinta y siete mil cuatrocientas formas que su pueblo tiene para cocinar las gachas de avena? ¡Dios! ¡Es que nunca oyeron hablar de los huevitos revueltos con tocino y jamón?

La verdad no debería quejarme, es preferible escuchar su larga perorata sobre el dichoso cereal a tener que probar lo que sus manitos cocinan…

Resulta que al ver a la pobre Lady Sheila más perdida que un pingüino de Humboldt en plena selva tropical, quise intentar hacerla encajar con las otras damas de la corte. Así que tuve la “genial idea” de sugerir que para su cumpleaños,  nos "deleitara" con algún platillo de su lejana tierra.

¿Quién me manda a abrir la bocota? Como decía mi abuelita “calladita te ves más bonita nena”, debí hacerle caso y coserme la lengua.
Pobre de mí, yo que pensaba que todo el asunto de la contabilidad arrocera era lo peor que podía haber sufrido…hasta que probé el “Lutefisk”… No fue hasta que comí un bocado de esa suerte de pescado fermentado y hervido con no sé qué cosas, que entendí el verdadero significado de la palabra tortura.

Resulta que el Lutefisk no es comida ¡Es un arma de destrucción masiva!. Solo diré que el Lutefisk es el intento vikingo de conquistar el mundo (la madre de Lady Sheila es de origen vikingo, eso sumado a la sangre celta que corre por sus venas, explica muy bien sus tendencias guerreras). Cuando descubrieron que las incursiones vikingas no les darían la supremacía mundial, inventaron una comida aterradora y cruel. El arma perfecta para aterrorizar a la gente y esclavizarla.

Así que, aquí estoy en mi habitación de la torre, sola y sin más compañía que Cuchulito, el cachorro de Lady Rosana. Espero que, algún día...snif,snif..., las damas de la corte me perdonen  por permitir a Lady Sheila asesinar sus papilas gustativas con el dichoso menjurje.

Mejor me pongo con lo del tejido, todo sea para que mi amado tenga con qué cubrir su real cogote…Uno derecho…lazada…uno revés…lazada, ¿o eran dos derecho y uno revés?...  ¿o dos lazadas y tres revés?

¡Martha Stewart ¿dónde estás cuando te necesito?!

viernes, 14 de mayo de 2010

Una bufanda, un retrato y mil palabras. Los peligros que acechan a un caballero enamorado.

Es increíble lo que una buena noche de sueño hace por el estado anímico, las esperanzas, la salud y la vitalidad de un caballero. Hoy desperté sintiéndome descansado, menos acatarrado, y mirando al futuro con optimismo.

En mucho contribuyó a mi estado general de bienestar el maravilloso sueño erótico que tuve (¿debería arrepentirme por mancillar a Aquella que reina en mi corazón con pensamientos impuros?), y que supongo que tendré que confesar al Obispo si quiero recuperar el estado de gracia imprescindible para volver a combatir en las cruzadas. Va a ser muy embarazoso relatárselo... veamos, sí, sobre todo la parte que vino después que logré aflojar los cordones de su ajustadísimo corset. Bueno. Supongo que otros pueden encargarse de reconquistar Tierra Santa, uno no puede estar en todo.

Pues bien, he aquí que estaba rememorando los deliciosos detalles que poblaron mi noche, cuando sin decir óleo va y mucho menos molestarse en pedir permiso, se introdujeron en mis estancias Monsieur Passepartout, el pintor de la corte, y su ayudante ocasional, Adalberto. (Aquí entre nos, me parece que ese muchacho tanto sirve para un barrido como para un fregado... el tiempo dirá si tengo razón).

Jamás he simpatizado demasiado con el pintor, un astuto y marrullero embaucador que ha conseguido escalar y consolidar su posición en la corte a fuerza de triquiñuelas, desmedidas alabanzas y excesivamente halagüeños retratos (¿o creen ustedes que el Obispo de veras mide 1.80 metros, tiene estómago plano y conserva todo su cabello, tal como luce en ese favorecedor cuadro en que figura como San Jorge al momento de ultimar al dragón, en el atrio de la iglesia?).

- Alors, vite, reclinado sobre el diván de tegciopelo vegde, una piegna extendida y la otra flexionada, la cabeza apoyada en el brazo. El fondo caguece de impogtancia, tendgrá agmas y colgadugas triomphales y lo agregagué después en mi talleg.- fueron las confusas palabras que le escuché proferir con ese fingido acento francés que cultiva.

Al mismo tiempo, Adalberto avanzó hacia mí con una sonrisita complaciente, y abriendo con un florido ademán la arquilla que portaba, expuso a mi consideración y elección tres diferentes tamaños de hoja de parra. Apartando de un manotazo al servil mozo y sus impúdicos accesorios, me volví hacia Monsieur Passepartout, a la espera de una explicación para tan ridícula intromisión en mis aposentos y en mi paz mental.

Ante mi cara de completo desconcierto y creciente enojo, el engreído tipejo barbotó con soberbia (perdón: sobegbia):

- Vamos, milogd, que no tengo tiempo que pegdeg. Por considegación a Monsieur l'Évêque le hice un huequito antes de ig a cubrir el banquete de bodas de Sig Pantagruel, que me pidió un tríptíco ¡y con pan de ogo nada menos! Si quiegue usted su retrato, entonces debegá...-

- ¡Yo no pedí ningún retrato, vive Dios! Ya pueden desaparecer de aquí, o conocerán como pinta mi bota en su trasero. Me encargaré de que el obispo sepa qué clase de alimañas cobija en su corte.

- Ppp...pego si fue justamente la hegmana del Obispo quien...- fue lo último que escuché antes de cerrar la puerta detrás de tan lamentables personajes.

Y entonces, algo hizo clic dentro de mi cerebro. Recordé que durante una de nuestras comidas, Monseñor había insinuado su preocupación por mi estado de salud y anunciado su propósito de encargar a su hermana, doña Luisa de Brabante, la elaboración de alguna prenda para evitarme futuros quebrantos.

Ahora bien, aún sabiendo que un caballero debe ser discreto y no manchar con ligereza la reputación de una dama, he de atenerme a la verdad y explicar aquí que las opiniones sobre doña Luisa están divididas. Nuestro santo Obispo, en su inmensa e ingenua bondad, está convencido de que la dama es un ángel de piedad, que ocupa su tiempo en obras caritativas y plegarias al alto cielo. El resto del mundo... bien, el resto del mundo la conoce.

Es necesaria una confesión. No, no me refiero a ir a contarle al Obispo lo de mi sueño húmedo... ¿tengo aspecto de ser tan perejil? Lo que pretendo admitir, es que soy un caballero con pasado. No hablo de un turbio pasado, no, qué va a ser turbio, si está clarísimo que hasta hace relativamente poco tiempo he sido participante entusiasta de jolgorios no muy santos, me he refocilado sin mayores remordimientos entre los acogedores muslos de alguna aldeana generosa, y he compartido el honesto vino de las tabernas con gentes de la más variada laya.

Y bien, en el otoño pasado mi camino se cruzó brevemente con la senda por la que transita doña Luisa. Fue tan fugaz esa conjunción, que ni siquiera llegué a posar mis ojos sobre la dama... ni ella sobre mí. Todo se redujo a algunos rumores, chismes que fueron y vinieron; llegó a mis oídos por ejemplo un cierto pedido de informes que la señora habría hecho a una doncella de mi, ejem, conocimiento. Quizás habiéndose sentido satisfecha -¿podría decir "tentada" sin pecar de poco modesto?- por las respuestas recibidas, doña Luisa hizo un primer movimiento de apertura, enviándome una esquela perfumada. Cabe decir que su reputación la había precedido, y no deseando colocar voluntariamente el cuello en el lazo, evadí prestamente la celada con las disculpas del caso, y desde entonces he vivido atento a posteriores intentos de captura por parte de la dama.

Y ahora, ahora que mi corazón tiembla de amor por la más pura de las criaturas, vuelve a aparecer doña Luisa, amparándose en la santidad de los hábitos de su hermano, para exigir de mí la satisfacción de un retrato... para empezar.

Andrés, he aquí el momento de actuar con prudencia, me dije. No se puede ofender impunemente a la hermana de Su Ilustrísima, después de todo estamos en tiempos de gloria para el nepotismo... apuesto a que dentro de unos cuantos siglos, digamos allá por el lejanísmo 2010 esas prácticas corruptas ya no seguirán vigentes.

Es necesario ser cautos, y aun no estando dispuesto a complacer el capricho de doña Luisa -a saber qué destino poco glorioso tendría ese retrato mío-, dar una respuesta cortés y galante, cuidando las formas de cara al Obispo, que sólo quiere mi bienestar y salud y no tiene la culpa de compartir genes con esta dama (aunque eso todavía es algo que está en tela de juicio, porque déjenme decirles que en las tabernas se cuenta una historia muy graciosa que involucra a la mamá del obispo y a Sir... ahh, no, no, lejos de mí pecar de chismoso, además a quién puede interesar un dato tan sórdido y antiguo...).

A continuación incluyo en este diario el borrador de la misiva(*) que envié hace un rato rumbo a los dominios de doña Luisa, en manos de un joven y agraciado doncel (si la mujer no ve la ofrenda propiciatoria servida en bandeja, es que no tiene ojos, creo yo):

Luisa, astuta señora mía:

Aún en mi lastimoso estado catarral, conservo suficiente lucidez para darme cuenta de que está intentando aprovecharse de mi ingenuidad para conseguir el envío de un retrato, so pretexto de mejor calzarme una bufanda.

Me hice asesorar y me a-se-gu-ra-ron que no hay peligro de que dicha prenda me vaya a tirar de sisa o perder ni un ápice de elegancia y/o abrigo por el hecho de que usted desconozca mi color de ojos o el estado precario de mi dentadura.

La única información útil que puedo brindarle es mi estatura (1.88m), a los solos efectos de que me la teja larguita. No pretendo estar envuelto cual momia egipcia, pero tampoco lucir un escaso corbatín, que carecería de toda funcionalidad -siempre pensando en evitar resfríos, que es mi única motivación para elevar este pedido a sus habilidosas manos-. Sin embargo, no soy pretencioso: ni angora ni vicuña, me conformo con una bufandita a rayas de colores, según le hayan sobrado ovillitos de aquí y de allá.

Sin otro particular, la saluda atentamente, Andrés el Humilde.





(*) Como fueron advertidas con anterioridad, amables lectoras de este blog, empezamos a incluir trozos de antigua correspondencia, parte de un intercambio que comenzara más de un año atrás (¡cómo pasa el tiempo!) en un entrañable grupo. Luisa, si llegas a ver estas letras, que no te ofendan mis comentarios acerca de tu reputación. Achácalo a que nunca me llegó la bufanda por la que tanto rogué y supliqué. Desde aquel entonces hasta ahora, muchos resfríos y moquitos han pasado bajo el puente. Que quede dicho desde esta modesta trinchera de la caballería andante: te perdono.

AVISO AL DESPREVENIDO LECTOR

Esta historia de amor escrita a cuatro manos -con la colaboración de variados cómplices- comenzó hace bastante tiempo con un nutrido intercambio de correspondencia, en el que se fueron desarrollando avatares, aventuras, desgracias y placeres, todo ello amparado en la apretada red de amistad de un grupo de gente maravillosa.

Para que tantas risas, tanta poesía, tanto amor, no se pierdan en el olvido, rescataremos trozos de esa correspondencia, intentando vincularlos -en la medida de lo posible- con los textos actuales del blog. Apelamos a vuestra buena voluntad para superar los casi ineludibles baches que vendrán, ojalá disfruten tanto como nosotros esta zambullida en el baúl de los recuerdos.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Ir por lana y no salir trasquilada...

Al parecer mis novenas a San Torcuato el Cojo dieron resultado, porque pese a todas las torturas inventadas por tía Rebeca, las artimañas de Adalberto y el ojo de halcón de Lady Sheila, esta doncella tuvo acceso a valiosa información sobre su amorcito acatarrado.

Sucede que, esta mañana el cartero del reino pasó por el castillo. El bueno de Don Tesifón no sólo es el responsable del correo, también es conocido por poseer la lengua más veloz de la comarca, en pocas palabras, un buchón total. Gracias a sus dotes comunicativas, la gaceta "El chisme tiene la razón" perdió muchas suscipciones y está a punto de quebrar.
Cuando Don Tesifón llegó, me encontraba en la cocina del castillo, picando algunas cebollas para el almuerzo, con los ojitos hinchados y llorando cual Magdalena, en fin todo sea por cumplir con el estereotipo de la doncella sufrida y enamorada.
Bueno retomemos el relato que la cosa se pone buena...Tan pronto la cocinera lo invitó a sentarse junto al fuego, el buchón…digo el comunicativo cartero empezó a relatar las últimas noticias. La verdad mucha atención no le puse, porque andaba soñando con cierto caballero resfriado, hasta que algo de su informativa disertación llamó inmediatamente mi atención:

…preocupado…catarro…príncipe…¿Sería posible?


¡Sí! ¡Estaba hablando de él! ¡De mi amado! (Olvidé decir que mi adorado tormento es de noble cuna, no digo de sangre azul porque nunca me gustaron los pitufos y mucho menos los galanes chiquitos, panzones y celestes).

Resulta que su Ilustrísima el Obispo, preocupado por el catarro que padecía su invitado, el príncipe Andrés, había escrito a su hermana contándole los pormenores del asunto. Es menester decir que don Tesifón posee una vista de rayos x que sería la envidia de Clark Kent, por lo que no fue nada difícil obtener una transcripción completa de la reveladora misiva.

“…. El pobre muchacho ya andaba con el ánimo alicaído cuando se viene a resfriar. Últimamente la pasaba suspirando por los rincones, señal inequívoca de que alguna doncella capturó sus pensamientos.

Mucho me temo que se trata de la sobrina de la condesa, pobre muchacho, conociéndo a su Señoría, sería más fácil para un cojo bailar la Tarantella que el desdichado tenga la oportunidad de acercarse a la muchacha. Mucho menos ahora que la guerrera celta, Lady Sheila está a cargo de vigilar a la jovencita.

...pese al lastimoso estado catarral, conserva suficiente lucidez para darse cuenta que no podrá terminar con los arreglos de la iglesia en el tiempo estimado…no estaría mal si pudieras tejerle alguna cosilla que sirviera para abrigar al mozo enfermo, quizás una bufanda...”


¡Yahuuuuuuuu! ¡Piensa en miiiiiiiiiiiiiiiiiii!

Y necesita una bufanda para cubrir su pechito, pobrecito.

Bueno, si mi príncipe necesita una bufanda, ¡a poner manos a la obra que hay una oveja que atrapar!

¿Qué tan difícil puede ser trasquilar a una pequeña oveja? Según recuerdo para Heidi nunca lo fue, y si una nena de 6 años puede con un lanudo de los Alpes, ¡una doncella habilidosa y enamorada no tendrá ningún problema! Así que...

“Olerei olerei hu hu…ven lobit...digo, ovejita, ¿donde estás? , ven que necesito tu lanita”.

jueves, 6 de mayo de 2010

Las Recetas de la Mazmorra



Hoy: Arroz con leche.


Arroz con leche,
me quiero casar,
con una señorita de San Nicolás,
que sepa coser,
que sepa bordar,
que sepa abrir la puerta
para ir a jugar.
(Rima infantil popular)

Toda vez que mi abuelita me veía atribulado por penas y amores difíciles, solía decirme: "Cuando el corazón duele, no tiene por qué padecer el estómago por pura solidaridad, Andresito".

Y acto seguido procedía a prepararme un arroz con leche. Jamás conseguí que me explicara con pelos y señales la receta de su mejor creación, ese secreto se fue con ella y el mundo es un lugar más inhóspito desde entonces.

Sin embargo, luego de innumerables pruebas (algunas francamente in-co-mi-bles, todo ha de ser dicho) llegué a una suerte de procedimiento bastante eficaz, que si bien no alcanza los cánones de perfección de mi abuelita, resulta en un postre rico, sencillo y económico. (Son tiempos de crisis, señoras, todo maravedí sobrante ha de ir a las arcas del obispo... las Cruzadas, ya saben).

Bien, respetables damas, es momento de dejar la telenovela (quiero decir, el bordado y el romancero castizo de la gesta de Sir Giles) y poner manos a la obra. Cubran sus sedas, encajes y satenes con un práctico delantal de almidonado lino (pueden pedirlo a la cocinera del castillo, cuando bajen a sus dominios) y echen a cocer media taza de arroz en cuatro tazas de leche (común, no descremada, no es momento de pensar en dietas), junto con un tercio de taza de azúcar. Si les gusta, agreguen desde el principio una cáscara de naranja o limón, para ofrendar a la honesta simplicidad del arroz el perfume sinuoso y seductor de los harenes de Granada.

He escuchado rumores de que mi bella vive prisionera en su torre, desgranando las cuentas de su rosario y llorando la pena de un amor imposible... también he escuchado otros rumores que involucran el recuento de mucho cereal, pero eso ha de ser pura invención de vasallos de manos ociosas y mente desocupada. Ya me dispersé... volvamos a la receta, que ya ha de estar tierno el arroz.

Entonces ahora han de batir con esmero tres yemas, junto con otro tercio de taza de azúcar y 1 cucharadita de esencia de vainilla, hasta que su color mude a la palidez dorada y tentadora del velo que llevaba mi princesa la primera vez que la vi. Ah, su piel inmaculada, allí donde van a morir todos mis besos; la dulzura en el gesto y la mirada, la cintura de breve sortilegio... se quema el arroz, volvamos señoras, ¿en qué están pensando?

Se ha de agregar con cuidado y lentitud la mezcla caliente al batido de yemas, y cuando todo esté bien unido, volver la mezcla al fuego y sin dejar de revolver cocinar dos minutos más, para que espese un poco sin llegar a recocinar el huevo. Este es el paso crítico, y aquí fue donde se produjeron mis tropezones más descollantes y admirables, incluida la vez en que lo cociné tanto que la cuchara quedó clavada en una mezcla dura que muy bien podría haber servido como argamasa para las dovelas del templo. Ni siquiera los famélicos galgos del castillo demostraron interés en hincar el diente en aquello.

Hay quienes simplemente espolvorean el arroz con leche con el polvillo del árbol de canela, que de ignotos lugares viaja durante meses en la henchida barriga de fragantes goletas para llegar a sus despensas. También estamos los que pensamos que ya que sobraron tres claras y no son tiempos para desperdiciar nada, no va mal batirlas con azúcar y depositar con mimo la nube virgen y esponjosa sobre el lecho suntuoso de arroz.

Oh, casi lo olvidaba. Antes de volcar el humeante arroz con leche en una fuente de bonita porcelana, no olviden retirar la cáscara de naranja, que ya habrá cumplido su sagrada misión. Sutil como el primer anhelo de pecado, el aroma de su esencia penetrará con cada bocado, y despertará fiebres y deseos prohibidos.

En mis correrías de caballero andante tropecé hace un tiempo con un oscuro monje (Nostra-algo se llamaba), que cada vez que se pasaba en el consumo de hidromiel -y créame, el hombre era una esponja- se entretenía augurando el fin del mundo con voz tonante y aguardentosa. No soy muy dado a creer en los parloteos enrevesados de borrachines de antros y tabernas, pero por las dudas, señoras... ¿por qué negarse a sucumbir a esos deseos? La vida puede ser inesperadamente corta... ¿saben abrir la puerta? Salgamos a jugar.

De castigos y granitos de arroz

Dos días, sólo pasaron dos días desde que lo vi. Toda una eternidad.

Si no hubiera sido porque Lady Sheila me sacó casi a rastras de la iglesia, habría tenido la oportunidad de ofrecer mi pañuelo.

¿Es que nadie comprende?

Cuando una chica encuentra a su príncipe encantado debe tener la posibilidad de desplegar todos sus encantos para lograr que él quede prendado de ella, o al menos proporcionarle un pañuelito para limpiarse los moquitos.

Pero noooooooooo, a una la sacan a trompicones, tirando por la borda cualquier estrategia de seducción.

Seguro habrá pensado que soy una “Triple T” tonta, torpe y tarada.

¡TRAGAME TIERRA!

Humm, ¡que bien!, dos T más para la colección.

Ah!, pero algo que me enseñó la Tomazita, mi dulce abuelita, es que ¡una chica nunca se rinde!, y si ya le echó el ojo a un prospecto de futuro marido, no debe permitir que nada ni nadie la aleje de su presa…digo… del caballero en cuestión.

Es que se veía tan lindooooo, todo cubierto de yeso y estornudando sin parar… ¡¡todo un galán!!.

Debía averiguar cómo se llama aquel que me quitaba el sueño y como no podía recurrir a ninguna de mis amigas, me aventuré a llamar a Adalberto, el paje nuevo que tía Rebeca había contratado por ser el sobrino de la cocinera.

El brillo que repentinamente apareció en sus ojos cuando mencioné mi interés por el apuesto albañil, llamó mi atención, pero rápidamente deseché el mal presentimiento y le pedí que hiciera lo posible por averiguar el nombre del objeto de mis afectos.

Después de asegurar que sus pesquisas harían quedar como chancay de 20 centavos a la CIA, el FBI y la Interpol, salió más rápido que volando, dejándome con la esperanza de que pronto conocería el nombre de mi amado acatarrado.

Pero, pobre de mí, más pronto que tarde debí darme cuenta de lo ilusa que había sido.

Puedo asegurar que Paulina Rubio demora más en “cantar” (¿?) eso de “Míooooo, ese hombre es míooooo” de lo que el vil traidor tardó en ir con el chisme y desembuchar todo, con pelos y señales, a tía Rebeca.

Y ahora heme aquí, aquí heme, encerrada en la torre del castillo y… contando granos de arroz.

Algunas veces creo que la KGB debió contratar como consultora en jefe a mi tía querida, es que para inventar nuevos métodos de tortura la señora está pintadita!!

Según ella, el manual “Como asegurarse que su sobrina no caiga en las redes de príncipes acatarrados”, especifica claramente que el mejor método para prevenir tamaña desgracia es hacer que la descocada jovencita cuente el contenido de un costal de cincuenta kilos de arroz, granito por granito. Si no apaga las bajas pasiones, al menos tendrá arroz suficiente para hacer paella a la valenciana y alimentar a la aldea entera.

Así que…ciento cuarenta y dos mil cuatrocientos cuarenta, ciento cuarenta y dos mil cuatrocientos cuarenta y uno...

¿Cuantos granos de arroz puede contar una chica antes de usar el cuchillo para mantequilla y hacerse el harakiri?

¡Con Dios como testigo, juro que nunca pasaré hambre otra vez! …(Perdón, es que ayer me desvelé viendo el dvd de Lo que el viento se llevó).

Decía…¡Juro que el vil y rastrero buchón me las pagará!.

Doscientos tres mil cuatrocientos cuatro…



Ahhh me olvidaba, el nombre de mi amado es Andrés.

domingo, 2 de mayo de 2010

Reflexiones de un caballero desafortunado o la maldición de una dieta baja en calorías


¿Pero será posible tanta desgracia, vive Dios?
Corrían los días de a fines de guerra. Maltrecho y cansado de sangre y batallas, pasaba el tiempo en la enésima justa con los mismos caballeros de siempre -¿hasta cuándo Sir Giles va a seguir pensando que el cuento del escudero y el lorito es gracioso?-, cuando mis ojos hastiados se posaron sobre la mujer más bella del mundo.

Me informé. La dama era celosamente guardada por un furioso dragón, una tía de estrictas costumbres y rígidos preceptos morales (¿Ahh, no me creen? Sepan que la venerable señora creó un grupo de facebook que se llama "Yo uso cinturón de castidad, ¿y Ud.?").

Desde aquel instante fugaz ya no pude quitarla de mis sueños ni de mis vigilias. ¿Cómo asediar una fortaleza inexpugnable, cómo llegar hasta esos labios, cómo lograr que siquiera me mirara?

Se decía en el condado que apenas salía del castillo de su tía para sus devociones cotidianas, y siempre rodeada de una corte de doncellas y damas de compañía tan virtuosas como ella misma.

Estrategia, Andrés, estrategia, fue lo que me dije. Otras plazas más difíciles han caído, los moros se han rendido ante tu espada... no puede ser que una vieja y un foso de agua podrida te aparten de esa beldad.

Toda la cuaresma estuve haciendo buena letra con el arzobispo, compartiendo su mesa de modesto pescado hervido y agua con gotas de limón, y escuchando con paciencia y muerto de hambre sus diatribas contra los escasísimos diezmos. Acepté entonces encargarme de las reparaciones del crucero de la capilla del Santísimo casi que gratis, porque no dirán ustedes que tres bendiciones y una dudosa reliquia de Tierra Santa (¿cuántos dientes pudo haber tenido Nuestro Señor, por más hijo de Dios que fuera?... a la fecha, y a juzgar por lo que he visto en los castillos y posadas de veinte leguas a la redonda, el hombre era un tiburón) es pago suficiente para arreglar esta ruina... ¿y todo para qué?

Para que cuando por fin, ¡por fin! tengo oportunidad de posar mis ojos sobre ella, en lugar del inspirado discurso amoroso con que esperaba deslumbrarla, en lugar de mostrarme soberbio y capaz, seguro y viril, caballeroso y seductor, voy y le suelto un estornudo de padre y señor mío. No, si para completar mi desgracia sólo faltó que la dama me alcanzara su pañuelito labrado en interminables tardes de bordado y laúd.

Todo está perdido. Ella está perdida para mí. Perdida para siempre.