viernes, 30 de abril de 2010

Cuando la Princesa conoció al Príncipe

Parafraseando al señor Dickens, diré que no soy la heroína de esta historia, y que vine al mundo hace algunos inviernos, no diré cuantos, porque para ir acorde con el estilo ingenuo y romántico de mi querida Barbara Cartland, soy doncella virgen, casta y pura…ya saben, licencias que se toma el autor.

Váyanse acostumbrando porque, en estas crónicas encontrarán muchas de estas “licencias”. Vamos, que lo de casta y pura dura muy poco, así que no se preocupen.

Continuemos.

El héroe de este relato no es otro que Andrés, mi amado Príncipe. Valiente, romántico, dulce como la melcocha, no digo como el dulce de leche porque eso podría ocasionar un conflicto internacional. Él dice que su origen es uruguayo, Lady Rosana que es argentino y yo como buena princesa inca digo que es peruano, total, los españoles llegaron primero al Perú ¿no?

Volviendo al relato.

Esta tímida e ingenua princesa conoció a su adorado tormento una mañana soleada de febrero. Junto a otras damas de la corte asistía diariamente a la iglesia cercana al castillo, para ser instruida en todas aquellas cosas que dicen “toda dama virtuosa debe saber para desposarse con un hombre de bien”. Sí… como no…

Aquella mañana, al llegar a la iglesia, encontramos que la capilla estaba abarrotada de andamios y varios hombres trayendo y llevando piedras y herramientas. Al parecer, al fin se habían decidido a reparar el bendito techo que estaba a punto de colapsar. Ya iba siendo hora de que lo hicieran, estaba cansada de terminar como pollo mojado cada vez que llovía. Y últimamente llovía un día sí y…el otro también.

Estaba feliz porque, con las clases suspendidas, podía regresar al castillo a terminar de leer el último libro de la Cartland que una de las criadas del castillo había logrado introducir clandestinamente.

Me encontraba a punto de salir de la capilla cuando escuché algo que me hizo levantar la vista. En ese momento no supe que ese sonido cambiaría el rumbo de mi vida:

—¡Aaaaachissssssssss!

Ahí estaba. De pie sobre un andamio. Alto, cabellos oscuros, hermosos ojos y nariz colorada…Era él. Mi Príncipe acatarrado…