sábado, 3 de julio de 2010

EL AMOR Y LA GRAVEDAD

Dos fuerzas cuya existencia no es conveniente poner a prueba.

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Está fría la noche. Fría, oscura y húmeda como el hocico de Hans Christian, mi perro, quien tiene la desagradable e inveterada costumbre de hundirlo en mi cuello para despertarme. Cuando lo logra, salta a la cama y se echa con inocente felicidad sobre mi estómago. Hans está convencido de que es un perrito faldero, y se comporta como tal. Lástima que sea un saludable y perfectamente desarrollado gran danés.

Hace bastante rato que estoy aquí, aguardando oculto entre los árboles del parque, con los pies congelados en la hierba escarchada, los ojos puestos en el solitario torreón norte, y el corazón a los saltos entre la esperanza y el desasosiego.

rapunzel11Apenas fue ayer cuando Ella asomó su belleza a la ventana más alta. Entonces conocí la eternidad que habita cada segundo, la promesa que titila en el aire que separa a dos amantes, y también conocí lo incómoda y poco discreta que es esta nueva moda masculina de usar calzones ceñidos y claritos.

Hace pocas horas estaba cómodo y gozando del chisporroteo de la chimenea del Loro Feliz, con  una jarra de ponche caliente en la mano y escuchando distraído y algo adormilado las conversaciones, chistes y risotadas que estallaban a mi alrededor, mientras mis pensamientos revoloteaban en torno a mi Princesa, afligida y encerrada en su Torre. Lo que me daba cierto consuelo era suponer que ya estaría muy recuperada de su catarro, luego de la generosa ración de elixir curativo que preparé para ella. Debo recordar hacer algún presente a Lady Yadi y Lady Yura, que tan amablemente se ofrecieron a sortear peligros y guardianes para hacer llegar a mi amada el mágico brebaje. Sobre todo a Lady Yadi, que insistió mucho en ocuparse personalmente del humeante cáliz. 

-... antes que ir al Convento... esta noche... peligroso para la Princesa...

Inmediatamente mi cerebro y mis orejas se pusieron alertas. ¿Habían dicho "Princesa" y "peligro" en una misma oración? (Mi fisiología tiene una mecánica parecida a la del relámpago y el trueno: las neuronas arrancan un poquito después del estímulo... cuando arrancan).

-La moza es joven y saludable, ágil y de carnes prietas -dijo una voz a mis espaldas con un inconfundible dejo de concupiscencia. Si no fuera porque quería enterarme de lo que se cocinaba, ya habría hecho conocer el acero de mi espada al infeliz que se atrevía a referirse a mi inocente amada en esos términos. El único que puede pensar en ella con desenfrenada lujuria soy yo.- Nada le pasará, aterrizará sana y salva.

-Puede ser que consiga huir del castillo como pretende, pero bien sabemos que existen peligros en bosque peligroso los bosques. Hay animales salvajes. Hay forajidos sin ley ni moral. No sería la primera ni la última jovencita que desaparece por los caminos de nuestro Señor, y luego reaparece desgraciada y corrompida en el Templo de Afrodita. Justamente dicen que llegó una partida nueva de...

¡Horror! Mi perla, mi flor, mi templo de pureza ¿en riesgo de resultar herida, secuestrada... mancillada? ¿Por otro que no sea yo? ¡Jamás! Si alguien morderá esa boca, buceará en ese cuello de secretos perfumados, contará con besos las pecas de su nuca, apresará con dulce violencia sus pechos y se anclará en sus nalgas con manos que tiemblan de deseo y ternura, ése sólo puede ser este caballero enamorado hasta perder la armadura y la razón.

Así que me dirigí hacia el castillo de la condesa viuda, deseando llegar a tiempo de salvar a mi princesa de un destino que no será "peor que la muerte" como murmuran las beatas agrias a la salida de Misa Mayor, pero sin duda no es el futuro de vino y rosas que deseo para ella y para mí. Vino, rosas y sábanas de seda, para ser más preciso. Y quizás un corsé de cuero negro... de vez en cuando, si no fuera mucho pedir.

Quiso mi mala fortuna que se me unieran por el camino Sir Giles y Sir Mordred, que volvían entre alegres cánticos a sus aposentos. Se supone que debían pasar la noche en sobria vigilia rondando las almenas, a cargo como están de la seguridad del castillo y sus habitantes, pero son muchachos jóvenes, les gusta la tecnología moderna, y, como ellos dicen, en la taberna El Loro Feliz están a un vuelo de paloma mensajera de enterarse de cualquier imprevisto que suceda. Y pensar que hasta hace poco dependíamos de un correo a caballo... son tiempos de avances vertiginosos en lo que tiene que ver con las comunicaciones. Aun así, me dan un poco de lástima los caballeros de la otra generación, a quienes cuesta mucho adaptarse a manejar el pájaro sin ayuda de alguien más joven. Siempre lo he dicho, ante todo hay que ser prácticos y aprovechar los recursos disponibles: cabalgando hacia Tierra Santa y envuelto en el sudario de la añoranza, un caballero piensa en su amada, echa mano a la paloma y... ahhh... le envía un apasionado mensaje a su lejano amor.

 

Llegados a las cercanías del castillo, no había encontrado todavía una excusa para librarme de mis inoportunos acompañantes cuando atisbé el movimiento de una temblorosa luz a través de los vidrios coloreados de las ventanas del vestíbulo del piano nobile. Ni corto ni perezoso llamé la atención de mis compañeros sobre el inusual suceso, y ellos reaccionaron como se espera de muchachos de gran valor pero escasa experiencia: se cagaron en los pantalones.

andres1 -¡Ahhh! ...Es un... es un... ¡es un fantasma! ¡Un ánima del purgatorio!- tartamudeó Sir Giles.

- ¡No la vayas a mirar que te vuelves de piedra! Y...y...y si te toca quedas frito!- lloriqueó su acuerdo Sir Mordred.

Ambos volvieron la grupa, al grito de "¡A la iglesia, a la iglesia, pido Santuario para mí y para todos mis compañeros!"

En fin. Se iban, que era lo importante para mis fines, pero un resquicio de sentido de la responsabilidad me hizo detenerlos:

-¡Qué va a ser un fantasma, pardiez! Es doncella, y ligerita de ropas. Id a investigar qué está haciendo una joven mujer deambulando a estas horas por los corredores. Bien puede estar desorientada y necesitar de vuestra ayuda para regresar a sus aposentos.

Los caballeros parecieron notablemente animados, y partieron raudos a cumplir con sus deberes de protección del castillo. Por un momento sentí pena por quien fuera que recorría los pasillos en la madrugada, pero en un hombre enamorado queda poco sitio para la solidaridad, ocupado como está en cuerpo y alma por la ilusión, la lujuria, la esperanza, la ternura y el deseo de su amada.

Hablando de Ella, me parece haber escuchado el casi imperceptible crujido de una ventana que se   abre. Rápidamente me aproximo y percibo claramente el sonido de algo que se descuelga y   myWickedEarl02cae rozando las venerables piedras del torreón. No es una gruesa soga de esparto, ni tampoco cadena metálica. La oscuridad es impenetrable, pero mi entrenado oído distingue fácilmente el delicado e inconfundible fru fru del algodón egipcio de 400 hilos. ¡Entonces es verdad lo que escuché en la taberna! Mi valiente princesa intenta la fuga, y arriesga la vida y la integridad de ese cuerpo modelado a imagen de la virgen -suponiendo que la virgen tuviera caderas dulcemente redondeadas, pechos erguidos y llenos, cintura hecha para caber entre mis manos, ardiente pasión corriendo por sus venas, boca comestible y nalgas de promesa y purgatorio- para volar a mi encuentro.

Y vuela. O bien el algodón egipcio es menos resistente de lo que pregonan los astutos mercaderes orientales, o alguien se encargó con malvada alevosía de debilitar algunos tramos del artesanal instrumento de fuga. El resultado es que escucho y entreveo un revuelo de brazos, piernas, faldas, grititos y.... ¿eso que oí fueron ladridos? que se aproxima desde las alturas a una velocidad que se incrementa a cada metro y a cada segundo. Al cuadrado.

Me gustaría escribir que presto y ágil la atrapé en mis brazos con una maniobra elegante, y luego 6234c6bb91_6158255 montando en el caballo desaparecimos rumbo al horizonte para vivir nuestra historia de amor a salvo de accidentes, conventos y castigos, pero sería apartarme un poquito de la realidad. La verdad es que, aun siendo esbelta de miembros y de graciosa silueta proporcionada, mi Princesa está adornada por todas las curvas y volúmenes que hacen la felicidad de un caballero y posiblemente también su perdición. Ese bello cuerpo que anhelo venerar con el mío, tiene cierto peso (número prohibido del que los caballeros discretos no hablan, y mucho menos los caballeros que aspiran a no caer de la gracia de su amada), pero sobre todo en estos momentos de crítica gravedad, tiene masa.

Aquí estamos, pues, hechos un poco elegante amasijo de brazos, piernas, jadeos, ladridos, trapos y entrecortadas explicaciones. Mis manos se hunden en cálida y fragante carne tibia, y al mismo tiempo percibo una rodilla en peligrosa posición adelantada(*) que me impide concentrarme en disfrutar del inesperado regalo. Empiezan a aparecer luces en las ventanas del castillo, y hay ruido de puertas abriéndose y pasos que se aproximan presurosos. Muy arriba, desde una ventana que se pierde indistinguible en la oscuridad, suena una risa vengativa y maliciosa y, no sé por qué, alguien nos arroja una bacinilla metálica. Afortunadamente, (a) estaba vacía; y (b) no nos dio en la cabeza, gracias a la oscuridad reinante y sobre todo a la escasa puntería de nuestra oculta némesis.

Consideré rápidamente la situación y las posibles alternativas, y me dije: Creo que ahora sí estás bien jodido, Andrés. Por supuesto, en voz alta exclamé: "¡No te preocupes, mi bella, ya sé cómo salir de ésta!"

(*) Vocablo que usamos en las justas caballerescas (normalmente precedido de "juezchorro"), y que llevado a este contexto viene a significar que mejor te quedas quietita Princesa, o dejarás en orsai a tu paladín por un considerable tiempo.

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