viernes, 14 de mayo de 2010

Una bufanda, un retrato y mil palabras. Los peligros que acechan a un caballero enamorado.

Es increíble lo que una buena noche de sueño hace por el estado anímico, las esperanzas, la salud y la vitalidad de un caballero. Hoy desperté sintiéndome descansado, menos acatarrado, y mirando al futuro con optimismo.

En mucho contribuyó a mi estado general de bienestar el maravilloso sueño erótico que tuve (¿debería arrepentirme por mancillar a Aquella que reina en mi corazón con pensamientos impuros?), y que supongo que tendré que confesar al Obispo si quiero recuperar el estado de gracia imprescindible para volver a combatir en las cruzadas. Va a ser muy embarazoso relatárselo... veamos, sí, sobre todo la parte que vino después que logré aflojar los cordones de su ajustadísimo corset. Bueno. Supongo que otros pueden encargarse de reconquistar Tierra Santa, uno no puede estar en todo.

Pues bien, he aquí que estaba rememorando los deliciosos detalles que poblaron mi noche, cuando sin decir óleo va y mucho menos molestarse en pedir permiso, se introdujeron en mis estancias Monsieur Passepartout, el pintor de la corte, y su ayudante ocasional, Adalberto. (Aquí entre nos, me parece que ese muchacho tanto sirve para un barrido como para un fregado... el tiempo dirá si tengo razón).

Jamás he simpatizado demasiado con el pintor, un astuto y marrullero embaucador que ha conseguido escalar y consolidar su posición en la corte a fuerza de triquiñuelas, desmedidas alabanzas y excesivamente halagüeños retratos (¿o creen ustedes que el Obispo de veras mide 1.80 metros, tiene estómago plano y conserva todo su cabello, tal como luce en ese favorecedor cuadro en que figura como San Jorge al momento de ultimar al dragón, en el atrio de la iglesia?).

- Alors, vite, reclinado sobre el diván de tegciopelo vegde, una piegna extendida y la otra flexionada, la cabeza apoyada en el brazo. El fondo caguece de impogtancia, tendgrá agmas y colgadugas triomphales y lo agregagué después en mi talleg.- fueron las confusas palabras que le escuché proferir con ese fingido acento francés que cultiva.

Al mismo tiempo, Adalberto avanzó hacia mí con una sonrisita complaciente, y abriendo con un florido ademán la arquilla que portaba, expuso a mi consideración y elección tres diferentes tamaños de hoja de parra. Apartando de un manotazo al servil mozo y sus impúdicos accesorios, me volví hacia Monsieur Passepartout, a la espera de una explicación para tan ridícula intromisión en mis aposentos y en mi paz mental.

Ante mi cara de completo desconcierto y creciente enojo, el engreído tipejo barbotó con soberbia (perdón: sobegbia):

- Vamos, milogd, que no tengo tiempo que pegdeg. Por considegación a Monsieur l'Évêque le hice un huequito antes de ig a cubrir el banquete de bodas de Sig Pantagruel, que me pidió un tríptíco ¡y con pan de ogo nada menos! Si quiegue usted su retrato, entonces debegá...-

- ¡Yo no pedí ningún retrato, vive Dios! Ya pueden desaparecer de aquí, o conocerán como pinta mi bota en su trasero. Me encargaré de que el obispo sepa qué clase de alimañas cobija en su corte.

- Ppp...pego si fue justamente la hegmana del Obispo quien...- fue lo último que escuché antes de cerrar la puerta detrás de tan lamentables personajes.

Y entonces, algo hizo clic dentro de mi cerebro. Recordé que durante una de nuestras comidas, Monseñor había insinuado su preocupación por mi estado de salud y anunciado su propósito de encargar a su hermana, doña Luisa de Brabante, la elaboración de alguna prenda para evitarme futuros quebrantos.

Ahora bien, aún sabiendo que un caballero debe ser discreto y no manchar con ligereza la reputación de una dama, he de atenerme a la verdad y explicar aquí que las opiniones sobre doña Luisa están divididas. Nuestro santo Obispo, en su inmensa e ingenua bondad, está convencido de que la dama es un ángel de piedad, que ocupa su tiempo en obras caritativas y plegarias al alto cielo. El resto del mundo... bien, el resto del mundo la conoce.

Es necesaria una confesión. No, no me refiero a ir a contarle al Obispo lo de mi sueño húmedo... ¿tengo aspecto de ser tan perejil? Lo que pretendo admitir, es que soy un caballero con pasado. No hablo de un turbio pasado, no, qué va a ser turbio, si está clarísimo que hasta hace relativamente poco tiempo he sido participante entusiasta de jolgorios no muy santos, me he refocilado sin mayores remordimientos entre los acogedores muslos de alguna aldeana generosa, y he compartido el honesto vino de las tabernas con gentes de la más variada laya.

Y bien, en el otoño pasado mi camino se cruzó brevemente con la senda por la que transita doña Luisa. Fue tan fugaz esa conjunción, que ni siquiera llegué a posar mis ojos sobre la dama... ni ella sobre mí. Todo se redujo a algunos rumores, chismes que fueron y vinieron; llegó a mis oídos por ejemplo un cierto pedido de informes que la señora habría hecho a una doncella de mi, ejem, conocimiento. Quizás habiéndose sentido satisfecha -¿podría decir "tentada" sin pecar de poco modesto?- por las respuestas recibidas, doña Luisa hizo un primer movimiento de apertura, enviándome una esquela perfumada. Cabe decir que su reputación la había precedido, y no deseando colocar voluntariamente el cuello en el lazo, evadí prestamente la celada con las disculpas del caso, y desde entonces he vivido atento a posteriores intentos de captura por parte de la dama.

Y ahora, ahora que mi corazón tiembla de amor por la más pura de las criaturas, vuelve a aparecer doña Luisa, amparándose en la santidad de los hábitos de su hermano, para exigir de mí la satisfacción de un retrato... para empezar.

Andrés, he aquí el momento de actuar con prudencia, me dije. No se puede ofender impunemente a la hermana de Su Ilustrísima, después de todo estamos en tiempos de gloria para el nepotismo... apuesto a que dentro de unos cuantos siglos, digamos allá por el lejanísmo 2010 esas prácticas corruptas ya no seguirán vigentes.

Es necesario ser cautos, y aun no estando dispuesto a complacer el capricho de doña Luisa -a saber qué destino poco glorioso tendría ese retrato mío-, dar una respuesta cortés y galante, cuidando las formas de cara al Obispo, que sólo quiere mi bienestar y salud y no tiene la culpa de compartir genes con esta dama (aunque eso todavía es algo que está en tela de juicio, porque déjenme decirles que en las tabernas se cuenta una historia muy graciosa que involucra a la mamá del obispo y a Sir... ahh, no, no, lejos de mí pecar de chismoso, además a quién puede interesar un dato tan sórdido y antiguo...).

A continuación incluyo en este diario el borrador de la misiva(*) que envié hace un rato rumbo a los dominios de doña Luisa, en manos de un joven y agraciado doncel (si la mujer no ve la ofrenda propiciatoria servida en bandeja, es que no tiene ojos, creo yo):

Luisa, astuta señora mía:

Aún en mi lastimoso estado catarral, conservo suficiente lucidez para darme cuenta de que está intentando aprovecharse de mi ingenuidad para conseguir el envío de un retrato, so pretexto de mejor calzarme una bufanda.

Me hice asesorar y me a-se-gu-ra-ron que no hay peligro de que dicha prenda me vaya a tirar de sisa o perder ni un ápice de elegancia y/o abrigo por el hecho de que usted desconozca mi color de ojos o el estado precario de mi dentadura.

La única información útil que puedo brindarle es mi estatura (1.88m), a los solos efectos de que me la teja larguita. No pretendo estar envuelto cual momia egipcia, pero tampoco lucir un escaso corbatín, que carecería de toda funcionalidad -siempre pensando en evitar resfríos, que es mi única motivación para elevar este pedido a sus habilidosas manos-. Sin embargo, no soy pretencioso: ni angora ni vicuña, me conformo con una bufandita a rayas de colores, según le hayan sobrado ovillitos de aquí y de allá.

Sin otro particular, la saluda atentamente, Andrés el Humilde.





(*) Como fueron advertidas con anterioridad, amables lectoras de este blog, empezamos a incluir trozos de antigua correspondencia, parte de un intercambio que comenzara más de un año atrás (¡cómo pasa el tiempo!) en un entrañable grupo. Luisa, si llegas a ver estas letras, que no te ofendan mis comentarios acerca de tu reputación. Achácalo a que nunca me llegó la bufanda por la que tanto rogué y supliqué. Desde aquel entonces hasta ahora, muchos resfríos y moquitos han pasado bajo el puente. Que quede dicho desde esta modesta trinchera de la caballería andante: te perdono.

AVISO AL DESPREVENIDO LECTOR

Esta historia de amor escrita a cuatro manos -con la colaboración de variados cómplices- comenzó hace bastante tiempo con un nutrido intercambio de correspondencia, en el que se fueron desarrollando avatares, aventuras, desgracias y placeres, todo ello amparado en la apretada red de amistad de un grupo de gente maravillosa.

Para que tantas risas, tanta poesía, tanto amor, no se pierdan en el olvido, rescataremos trozos de esa correspondencia, intentando vincularlos -en la medida de lo posible- con los textos actuales del blog. Apelamos a vuestra buena voluntad para superar los casi ineludibles baches que vendrán, ojalá disfruten tanto como nosotros esta zambullida en el baúl de los recuerdos.