jueves, 6 de mayo de 2010

Las Recetas de la Mazmorra



Hoy: Arroz con leche.


Arroz con leche,
me quiero casar,
con una señorita de San Nicolás,
que sepa coser,
que sepa bordar,
que sepa abrir la puerta
para ir a jugar.
(Rima infantil popular)

Toda vez que mi abuelita me veía atribulado por penas y amores difíciles, solía decirme: "Cuando el corazón duele, no tiene por qué padecer el estómago por pura solidaridad, Andresito".

Y acto seguido procedía a prepararme un arroz con leche. Jamás conseguí que me explicara con pelos y señales la receta de su mejor creación, ese secreto se fue con ella y el mundo es un lugar más inhóspito desde entonces.

Sin embargo, luego de innumerables pruebas (algunas francamente in-co-mi-bles, todo ha de ser dicho) llegué a una suerte de procedimiento bastante eficaz, que si bien no alcanza los cánones de perfección de mi abuelita, resulta en un postre rico, sencillo y económico. (Son tiempos de crisis, señoras, todo maravedí sobrante ha de ir a las arcas del obispo... las Cruzadas, ya saben).

Bien, respetables damas, es momento de dejar la telenovela (quiero decir, el bordado y el romancero castizo de la gesta de Sir Giles) y poner manos a la obra. Cubran sus sedas, encajes y satenes con un práctico delantal de almidonado lino (pueden pedirlo a la cocinera del castillo, cuando bajen a sus dominios) y echen a cocer media taza de arroz en cuatro tazas de leche (común, no descremada, no es momento de pensar en dietas), junto con un tercio de taza de azúcar. Si les gusta, agreguen desde el principio una cáscara de naranja o limón, para ofrendar a la honesta simplicidad del arroz el perfume sinuoso y seductor de los harenes de Granada.

He escuchado rumores de que mi bella vive prisionera en su torre, desgranando las cuentas de su rosario y llorando la pena de un amor imposible... también he escuchado otros rumores que involucran el recuento de mucho cereal, pero eso ha de ser pura invención de vasallos de manos ociosas y mente desocupada. Ya me dispersé... volvamos a la receta, que ya ha de estar tierno el arroz.

Entonces ahora han de batir con esmero tres yemas, junto con otro tercio de taza de azúcar y 1 cucharadita de esencia de vainilla, hasta que su color mude a la palidez dorada y tentadora del velo que llevaba mi princesa la primera vez que la vi. Ah, su piel inmaculada, allí donde van a morir todos mis besos; la dulzura en el gesto y la mirada, la cintura de breve sortilegio... se quema el arroz, volvamos señoras, ¿en qué están pensando?

Se ha de agregar con cuidado y lentitud la mezcla caliente al batido de yemas, y cuando todo esté bien unido, volver la mezcla al fuego y sin dejar de revolver cocinar dos minutos más, para que espese un poco sin llegar a recocinar el huevo. Este es el paso crítico, y aquí fue donde se produjeron mis tropezones más descollantes y admirables, incluida la vez en que lo cociné tanto que la cuchara quedó clavada en una mezcla dura que muy bien podría haber servido como argamasa para las dovelas del templo. Ni siquiera los famélicos galgos del castillo demostraron interés en hincar el diente en aquello.

Hay quienes simplemente espolvorean el arroz con leche con el polvillo del árbol de canela, que de ignotos lugares viaja durante meses en la henchida barriga de fragantes goletas para llegar a sus despensas. También estamos los que pensamos que ya que sobraron tres claras y no son tiempos para desperdiciar nada, no va mal batirlas con azúcar y depositar con mimo la nube virgen y esponjosa sobre el lecho suntuoso de arroz.

Oh, casi lo olvidaba. Antes de volcar el humeante arroz con leche en una fuente de bonita porcelana, no olviden retirar la cáscara de naranja, que ya habrá cumplido su sagrada misión. Sutil como el primer anhelo de pecado, el aroma de su esencia penetrará con cada bocado, y despertará fiebres y deseos prohibidos.

En mis correrías de caballero andante tropecé hace un tiempo con un oscuro monje (Nostra-algo se llamaba), que cada vez que se pasaba en el consumo de hidromiel -y créame, el hombre era una esponja- se entretenía augurando el fin del mundo con voz tonante y aguardentosa. No soy muy dado a creer en los parloteos enrevesados de borrachines de antros y tabernas, pero por las dudas, señoras... ¿por qué negarse a sucumbir a esos deseos? La vida puede ser inesperadamente corta... ¿saben abrir la puerta? Salgamos a jugar.

De castigos y granitos de arroz

Dos días, sólo pasaron dos días desde que lo vi. Toda una eternidad.

Si no hubiera sido porque Lady Sheila me sacó casi a rastras de la iglesia, habría tenido la oportunidad de ofrecer mi pañuelo.

¿Es que nadie comprende?

Cuando una chica encuentra a su príncipe encantado debe tener la posibilidad de desplegar todos sus encantos para lograr que él quede prendado de ella, o al menos proporcionarle un pañuelito para limpiarse los moquitos.

Pero noooooooooo, a una la sacan a trompicones, tirando por la borda cualquier estrategia de seducción.

Seguro habrá pensado que soy una “Triple T” tonta, torpe y tarada.

¡TRAGAME TIERRA!

Humm, ¡que bien!, dos T más para la colección.

Ah!, pero algo que me enseñó la Tomazita, mi dulce abuelita, es que ¡una chica nunca se rinde!, y si ya le echó el ojo a un prospecto de futuro marido, no debe permitir que nada ni nadie la aleje de su presa…digo… del caballero en cuestión.

Es que se veía tan lindooooo, todo cubierto de yeso y estornudando sin parar… ¡¡todo un galán!!.

Debía averiguar cómo se llama aquel que me quitaba el sueño y como no podía recurrir a ninguna de mis amigas, me aventuré a llamar a Adalberto, el paje nuevo que tía Rebeca había contratado por ser el sobrino de la cocinera.

El brillo que repentinamente apareció en sus ojos cuando mencioné mi interés por el apuesto albañil, llamó mi atención, pero rápidamente deseché el mal presentimiento y le pedí que hiciera lo posible por averiguar el nombre del objeto de mis afectos.

Después de asegurar que sus pesquisas harían quedar como chancay de 20 centavos a la CIA, el FBI y la Interpol, salió más rápido que volando, dejándome con la esperanza de que pronto conocería el nombre de mi amado acatarrado.

Pero, pobre de mí, más pronto que tarde debí darme cuenta de lo ilusa que había sido.

Puedo asegurar que Paulina Rubio demora más en “cantar” (¿?) eso de “Míooooo, ese hombre es míooooo” de lo que el vil traidor tardó en ir con el chisme y desembuchar todo, con pelos y señales, a tía Rebeca.

Y ahora heme aquí, aquí heme, encerrada en la torre del castillo y… contando granos de arroz.

Algunas veces creo que la KGB debió contratar como consultora en jefe a mi tía querida, es que para inventar nuevos métodos de tortura la señora está pintadita!!

Según ella, el manual “Como asegurarse que su sobrina no caiga en las redes de príncipes acatarrados”, especifica claramente que el mejor método para prevenir tamaña desgracia es hacer que la descocada jovencita cuente el contenido de un costal de cincuenta kilos de arroz, granito por granito. Si no apaga las bajas pasiones, al menos tendrá arroz suficiente para hacer paella a la valenciana y alimentar a la aldea entera.

Así que…ciento cuarenta y dos mil cuatrocientos cuarenta, ciento cuarenta y dos mil cuatrocientos cuarenta y uno...

¿Cuantos granos de arroz puede contar una chica antes de usar el cuchillo para mantequilla y hacerse el harakiri?

¡Con Dios como testigo, juro que nunca pasaré hambre otra vez! …(Perdón, es que ayer me desvelé viendo el dvd de Lo que el viento se llevó).

Decía…¡Juro que el vil y rastrero buchón me las pagará!.

Doscientos tres mil cuatrocientos cuatro…



Ahhh me olvidaba, el nombre de mi amado es Andrés.